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CURRÍCULA NACIONAL EN DEBATE (3) o Por qué se odia a las matemáticas y las ciencias

Publicado: 2011-09-16

CURRÍCULA NACIONAL EN DEBATE (3) o Por qué se odia a las matemáticas y las ciencias

"Hay una considerable evidencia de que estamos naturalmente programados para que nos gusten las matemáticas (a todos los niños de cinco años que he conocido les gusta sumar y restar), hasta que el placer se estropea por una enseñanza incompetente u otros factores sociales" (Serge Lang)

Metidos en el ajo de la Comprensión Lectora y los temas de Inclusión Social se nos suele pasar algunas otras cosas que no están directamente en nuestra mira, pero que tienen igual importancia. En este caso pienso en lo que ocurre con la Educación en ciencias y matemáticas. No me acuerdo donde leí que apenas el 18 % de los alumnos peruanos poseían algún tipo de gusto por las matemáticas, mientras que el resto simplemente las detesta con variantes de grado, y no parece que el asunto sea mejor en ciencias.

Cuestión de suerte

Yo tuve dos enormes suertes en la vida. La primera fue tener en 2do de Media un profesor que me enseñó no tanto matemáticas, que nunca he sido demasiado malo en ellas, sino la belleza que éstas poseen. Recuerdo que tras una brillante exposición del Binomio de Newton llevada a efecto elegante y ordenadamente en la pizarra, me atreví a levantar la mano y preguntar por qué la cosa era así y no de otro modo. El profesor me pidió que me quedara después de clase y me hizo la demostración del tema, por cierto quizá más allá de lo que yo hubiera querido, pero el hombre estaba tan emocionado con la pregunta que pasé por la teoría de exponentes y el triángulo de Pascal sin chistar, ya que no creí oportuno contradecirle. Pero la explicación y el entusiasmo del profe me dejaron clavado para siempre en el alma el bichito de la elegancia y la lógica blindada de las matemáticas, y desde entonces tuve un moderado gusto por la disciplina en cuestión. De hecho y gracias al profesor, no llegué como casi todos mis compañeros a odiar las matemáticas, sino apenas a deplorar sus dificultades.

La segunda suerte que tuve fue doble: Pasé por una enfermedad grave y fulminante que me tumbó varios meses en la cama, y a la vez poseía casi todos los tomos de la colección Salvat de Ciencias, que en aquella época se editaba semanalmente. Metido en la cama sin poder apenas moverme, y harto de la programación de la televisión nacional – no había cable en aquellas antediluvianas épocas – me leí todos y cada uno de esos libros, amén de muchos más sobre otros temas, que siempre he sido voraz devorador de páginas impresas. Pero lo cierto es que aquellos volúmenes, bien escritos y puestos al alcance de una persona con cultura general y tiempo de sobra, me abrieron perspectivas de la ciencia que para mí eran insospechadas. Y tuvieron parte esencial en mi curación, al proporcionarme algo más en qué pensar que en el rasca-rasca que la ictericia produce. Títulos como “El Universo Desbocado”, “Otros Mundos”, “La Lógica de lo Viviente” y “Patrones y Pautas en la Naturaleza” determinaron que ya no pudiera contemplar las cosas como antes lo hacía, y me preguntaba desde mi lecho de enfermo cómo era posible que hubiera vivido hasta entonces sin entender por lo menos en algo el mundo que me rodeaba. De hecho, me enteré del tamaño de mi propia ignorancia, y adquirí una pasión por las ciencias duras que a veces me hace caerle pesado a otras personas. Esta magnífica y hoy desfasada colección – el tiempo pasa y la ciencia avanza con enorme rapidez en estos días – me acercó a autores como John Watson, descubridor de la Doble Hélice del ADN; Richard Dawkins y su Gen Egoísta; Jane Goodall y Dian Fossey, investigadoras de chimpancés y gorilas de montaña; Irenäus Eibl-Eifesteldt y Niko Tinbergen, y sus estudios sobre la conducta animal y humana; Arthur Koestler y la historia de la Ciencia, el enorme divulgador científico Martin Gardner, y hasta al mismísimo Albert Einstein, entre muchos otros. La curiosidad por la ciencia no me ha abandonado desde entonces y he de decir que es una parte importante de mi felicidad personal el entender algo del Universo en el que me ha tocado pasar mi vida. Hoy en día, que hay tantos recursos disponibles por Internet, no hay pretexto para no hacer las cosas bien. Vale la pena mirar estos dos links de TED para convencernos:

David Christian: Big history | Video on TED.com

James Watson on how he discovered DNA | Video on TED.com

Carreras de “letras” y de “ciencias”

Hasta ahora he visto la cosa desde la perspectiva exclusiva del gusto y la afición. Pero la utilidad de las matemáticas y las ciencias duras en la actualidad es bien conocida, así que sobre ella no me explayaré. Pero es bien cierto que una medida de nuestro subdesarrollo está dado por el hecho de que las aulas de Derecho, Educación y Gastronomía están abarrotados de jóvenes estudiantes, hasta el extremo de la masividad; mientras las carreras de Química, Física y Matemáticas cuentan con pocos alumnos y menos egresados aún, y de hecho cuentan con muchos más recursos para el aprendizaje y bastante mejores posibilidades laborales.

¿Dije posibilidades laborales? Sí, lo dije, pero esa es una verdad a medias. No somos productores de tecnología y nuestro país se dedica básicamente a exportar materias primas. El empleo se concentra en el sector de servicios, de bajos salarios y productividad. Nuestra sociedad desprecia la inteligencia y favorece un utilitarismo de mercado chato y facilista. Casos y ejemplos sobran. Las ingenierías en general no tienen pierde, pero la mayoría de los ingenieros parecen dedicarse a otras actividades alejadas del contacto con lo científico y tecnológico. Los científicos se ven en la alternativa de fracasar en el Perú o emigrar a otras latitudes, casi cualesquiera otras latitudes, porque cualquier parte está mejor que nosotros. Somos el país de América Latina que menos invierte per cápita en Ciencia y Tecnología, con la excepción de Haití, lo que en verdad ya llega a lo penoso. Está claro que, a no ser que hagamos algo, y pronto, se nos pasará el carro de la historia, y seguiremos lamentándonos de nuestra suerte, desde las carreras de letras por supuesto. En cierto modo parece que nos gustara seguir siendo analfabetos funcionales en ciencias y matemáticas, y mirar por sobre el hombro a otros países, verbigracia los Estados Unidos, como países de gentes ignorantes, cuando lo cierto es que la gran mayoría de los científicos de todo el mundo se concentran en Norteamérica, y solo últimamente en otros países que empiezan a reconocer su retraso al respecto. Aquí seguimos en una suerte de autocomplacencia bastante estúpida, la verdad; y también encerrados en la trama viciosa de la supervivencia individual.

Digámoslo con todas sus letras y sin anestesia, el criterio que los muchachos siguen para la elección de carrera es espantosamente simple: Cuál es más fácil. Las familias, con muy pocas excepciones, no pueden pagar carreras difíciles, a las que los estudiantes deben dedicar tiempo y esfuerzo que los retrotraen del cachuelito que aliviará la economía familiar. En otros casos, como medicina, la carrera es larga como suspiro de jirafa. Las capacidades que los alumnos traen de la escuela son tan inexistentes en muchos casos, que su elección se va a lo que les parezca más cercano a sus posibilidades, es decir las famosas carreras de “letras”. Y quizá lo más penoso de todo es que las carreras de letras son también científicas.

Un par de casos

El otro día, en una entidad de cuyo nombre no quiero acordarme, escuché que se pretendía dividir la investigación en tres categorías: La científica, la tecnológica y la social. Me costó un enorme trabajo explicarle a varios abogados, sociólogos y psicólogos que la Investigación Social también es científica, y que no podía dividirse el esfuerzo de esa manera. En fin. El otro caso es peor si cabe. En una ocasión, un muchacho de quinto de secundaria, inteligente y preocupado por la elección de carrera, me pregunta qué puede estudiar. Trato de darle orientaciones precisas. Él me interrumpe y me dice: “No, no, no. Javier, ¿cuál carrera es la más fácil?” Casi me agarra. Traté de explicarle que eso de “más fácil”, así en general, no existe, que lo que hay son capacidades y gustos y que lo que de repente para uno es más fácil para otro no lo es, pero que al final todo depende de qué es a lo que quieres dedicarte los próximos veinte o cuarenta años de tu vida; que eso puede ser difícil, pero que el esfuerzo vale la pena tanto si te puedes ganar la vida como extraerle satisfacciones personales. El chico me miró con ojos de plato, y me respondió: “Ya. Eso lo entiendo. Pero, ¿cuál es la más fácil?”

Mercantilismo educativo

Apoyados en el malhadado concepto del lucro educativo, tan puesto en cuestión en Chile en estos días, ciertos grupos forman Universidades cuyo nivel es muy cuestionable, pues se basa en el mismo criterio de mercado que se emplea para fabricar salchichas, que es meter materia prima por un extremo de la línea de producción, y recibir por el otro el producto terminado. Vale decir obtener ganancias máximas con el mínimo de inversión y costos. Por supuesto, hay que mantener al alumno en el aula todo el tiempo posible, para que pague, y con eso los niveles de calidad se vienen al piso, pues los profesores universitarios, cual obreros intelectuales mal pagados, se van por la del mínimo esfuerzo, como los estudiantes mismos. Equipar la carrera de Derecho no requiere laboratorios ni gastos excesivos. Y además sabemos en positivo que en nuestro país no cuenta si sabes algo, sino cuantos papeles acumulas. Y el papel a nombre de la Nación es un sine qua non para poder competir por unos pocos y mal pagados puestos en el sector de servicios. Y como de lo que se trata es de tener alumnos que paguen, entonces no podemos ser demasiado exigentes en el pre-grado, los diplomados y maestrías. Las universidades nacionales andan en las mismas, por cierto, y en muchos casos peor, pues los presupuestos del estado se dan con cuentagotas, y se pretende que hagan lo mismo que universidades particulares con el triple de presupuesto y diez veces menos alumnos. Las carreras de ciencias no son rentables. Como dice la canción, así no se cura ni un callo en el pié.

Qué pasa con las matemáticas

El problema con las matemáticas, como bien lo sabía mi profe de 2do de media, es que no se les presentaba a los alumnos de manera adecuada. Hay un equilibrio entre dificultad y motivación: A más alta motivación, la dificultad de la materia puede remontarse más fácilmente. Motivar al alumno para el inevitable esfuerzo de aprender cosas difíciles parte del hecho simple de crearle atractivo a lo que estás enseñando. Si no, de dónde diablos se le va a sacar la motivación al alumno. Es mucha verdad que las cosas deben hacerse tan fáciles como se pueda, pero no más fáciles de lo que son, y el problema aquí es que muchos enseñan matemáticas como si fuera un conjunto de fórmulas. Las matemáticas no son un conjunto de fórmulas, son una construcción con una lógica, y el enseñar la fórmula sin la lógica puede ser útil para eventualmente manejar un carro, pero no para diseñarlo y construirlo. Más que enseñar matemáticas se debería enseñar el lenguaje de la matemática, a pensar en matemático, y eso se puede hacer desde la infancia, porque también los números son bacanes para los chicos y uno se puede divertir enormemente con ellos. Y mientras más nos divertimos con algo, mientras más podemos jugar con ello, las dificultades de dominarlo se nos hacen más llevaderas. El otro factor es la utilidad, que para muchísimos alumnos no es evidente, y trabaja como una especie de motivación al revés, al producir la satisfacción de resolver un problema complicado a través de la transferencia de lo aprendido. Preguntémosle a los rusos como hacen para enseñar matemáticas, y encontraremos el vacilón del lenguaje matemático unido al ajedrez y a los concursos. Os americanos hacen cosas parecidas, más anárquicamente, como es su estilo, pero con bastante efectividad. Una combinación entre una motivación ex ante, y otra post-hoc puede ser útil. La pasión del maestro de matemáticas es un elemento que debería cotizarse a precio de oro. Escuchemos a los didactas de la matemática, y entreguémosles la espada del augurio. Estoy seguro que se puede. Y ahora hay plata para hacerlo.

Qué pasa con las Ciencias

Pensemos en las ciencias. El tema de las ciencias, una vez más, no es contarle el asunto al chico como si fuera una clase de historia, es enseñarle a pensar y actuar de acuerdo a un método, el científico. De no hacerlo así el asunto equivale a enseñarle hechos sin mostrar la lógica subyacente. Se enseña lo que es el átomo como si se tratara de demostrar la existencia de Dios. Es verdad que no tenemos ciclotrones, pero me pregunto si es tan difícil construir “cámaras de niebla” para mostrarles a los alumnos a las partículas subatómicas en acción. No hace mucho tuve la oportunidad de ver a los muchachos de “Ciencia Loca” en un cumpleaños. Pues sí, era el Cumpleaños de una niña de seis años, si mi memoria no me engaña, y no puedo menos que felicitar a los padres y madres de familia que con tanta inteligencia los contratan para las fiestas infantiles. Los locos muchachos de Ciencia Loca hacían experimentos de varios tipos, que involucraban conceptos abstrusos de química y física, así como espectaculares resultados muy fáciles de conseguir. Los encantados asistentes de esa fiesta, de entre cuatro y ocho años de edad, y no exagero, se desesperaban por ver, escuchar, oler y tocar cuanto se les ponía delante de las narices. Hubo un momento en que los dos profesores presentes tuvimos que ponernos en medio para evitar que los chicos arrebataran los experimentos de las manos de los ejecutantes. Qué diferencia con una clase típica de Ciencias, ¿no es cierto? Una típica clase de ciencias en el cole es algo así como una suerte de tortura china intelectual, y, salvando las distancias, parece ser una oda al pensamiento mágico, donde en vez de que sean Dios o los ángeles los que mueven el Universo, se presenta a elementos metafísicos, herméticos y misteriosos como la “Gravedad” o el “Electromagnetismo”, sin molestarse en explicarlos y mostrar cómo funcionan. El Universo presenta a los sentidos inmensas posibilidades, pero en el salón de clase se hace lo posible para hacer la cosa de lo más aburrido. La pasión del maestro de ciencias es un elemento que debería cotizarse a precio de oro. Hay que escuchar a los didactas de las ciencias, hay que hacerles caso. No hay que temerle al cambio, que no es así como se hace ciencia, precisamente. Estoy seguro que se puede. Y ahora hay plata para hacerlo.

Colofón

Le dedico el final de este artículo al Maestro. No hay Maestro en el mundo que se meta a la carrera con el afán de hacerse rico. Lo que trata es, si hay vocación y no se metió porque era más “fácil”, de enseñar a lo chiflado y disfrutar cada segundo haciéndolo. Pero los maestros se pasman, adocenan y deprimen. Los años los frustran y la falta de plata los proletariza y envilece. Y aún así siguen luchando. Observemos un hecho simple, el sueldo. El obrero de la educación tiene que trabajar a destajo para poder mantener su familia. Así, ¿qué pasión puede sobrevivir? ¿Y en qué tiempo imaginará o se capacitará para hacer de su clase algo que valga la pena? Sin el maestro no hay revolución educativa. Empecemos por tratarlos como seres humanos. Y punto, por ahora.


Escrito por

Javier Bellina de los Heros

Profesor, es decir, sobreviviente. Lector e iconoclasta, con ciertos límites. Libre e independiente por la voluntad particular mía. Con aspiraciones ciudadanas libertarias. Con alguna que otra idea, y bastante bilis. Admirador de Orfeo, radical pensante, pero


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Memorias de Orfeo

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